Cuando el presidente del gobierno anunció que no se presentaría a una tercera reelección todos pensamos que era una decisión basada en su buena salud democrática. Aznar empezaba a ganar altura política, y su bigote, carisma. Pero su participación en el bando de la guerra, siguiendo los dictados de Bush y Blair, y en contra de la opinión del 90% de los españoles, que se declaran en contra de una guerra injusta, unilateral e ILEGAL, ilumina desde un ángulo muy distinto su decisión de no presentarse a las elecciones generales de 2004. Hoy, su decisión aparece como la hábil maniobra de un político democrático que busca liberarse del mandato soberano de los votos, y de su heraldo entre elecciones y elecciones, la opinión pública, para actuar con absoluta impunidad en política. Hasta ahora los únicos políticos que no sometían sus actos al juicio popular eran los dictadores; ahora habrá que sumar, además, a tipos como Aznar. Y todo ha sido producto del azar. El azar ha querido jugarnos la mala pasada a los españoles de tener a Bush hijo como presidente en Estados Unidos, a Aznar como presidente en España, y a España sentada como miembro temporal en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, todo al mismo tiempo. Esta combinación de circunstacias ha dado como resultado que la política internacional española haya tomado un rumbo insólito y sea una de las tres más agresivas del planeta ¿Cuál es la expliación? Oficialmente, estamos con Bush porque, de lo contrario, estaríamos con Sadam. Nuestro gobierno no nos ha ofrecido otro argumento de mayor calado, y eso que su chistera da mucho de sí. A día de hoy ningún español tiene la más remota idea de los motivos reales que impulsan a Aznar a mantener un apoyo incondicional a este peligroso tejano. Nuestro presidente no ha logrado infundirnos el miedo que pretendía, y no creemos que Irak sea una amenaza anormal para nosotros ni para nadie, ni que tenga una vinculación activa con el terrorismo nacional ni internacional. Es imposible analizar y buscar coherencia en las razones por las cuales se ha colocado a España en el ojo del huracán, si nos atenemos exclusivamente a las declaraciones públicas del presidente del gobierno. Por tanto, sólo nos queda hacer un análisis simbólico del partido del gobierno para hallar las causas por las cuales se está arriesgando la seguridad de la nación de forma tan irresponsable como inútil. El símbolo del Partido Popular es la gaviota, es su animal totémico. Este ave, a pesar del extenso hábitat que ocupa, mantiene entre sus individuos una gran homogeneidad en aspecto y costumbres. Se alimentan de cualquier cosa que sea mínimamente comestible, sean peces, pájaros, pequeños mamíferos, o desperdicios que encuentra en los vertederos. Su voracidad es característica, y su capacidad de adaptación al medio es asombrosa, hasta el punto de encontrarla en poblaciones tan alejadas de la costa como Madrid, donde amenzan con convertirse en una plaga, desplazando a las poblaciones autóctonas de pájaros de las riberas del Manzanares. Aunque habitualmente es pacífica, durante la época de nidificación se vuelve muy agresiva, trance que también sufre el político cuando tiene que elegir un sucesor. ¿Es la gaviota, pues, el trasfondo simbólico del Partido Popular y de esa ‘política sin complejos’ de la que tanto habla Aznar? Desde el punto de vista del análisis simbólico, la política exterior del PP es la de la gaviota, sin duda. Tradicionalmente los políticos han sido calificados de palomas o halcones en función de su talante. El azar ha hecho emerger un tercer talante en el mundo, el de la gaviota. Su política se distingue por carecer de principios, es oportunista, y es carroñera. Carece de principios porque considera que las Naciones Unidas no ha estado a la altura de sus responsabilidades, y hoy por hoy las Naciones Unidas es la única institución en este mundo que puede ser, a pesar de todas las manipulaciones a la que es sometida, sobre todo por parte de Estados Unidos, un referente moral en las relaciones entre paises; es oportunista porque, si España no hubiera estado en el Consejo de Seguridad, nuestra política exterior hubiera sido diametralmente opuesta a la que mantiene hoy, y seríamos una bandera de paz; es carroñera porque sin participar en la cacería, sin poner un sólo soldado, confía en obtener algún beneficio. Las guerras preventivas del depredador norteamericano pueden ser una fuente instimable de muy variado alimento, y la gaviota va hasta donde haga falta para conseguirlo. Creíamos que tras las experiencia de terrorismo de estado de los GAL con el PSOE en el poder habíamos aprendido que no se puede hacer cumplir la ley violándola. El fin no justifica los medios, ya no. Por tanto, si un estado se convierte en un terrorista debe ser juzgado como tal, y el papel de España en esta acción es la de cómplice de terrorismo, y por tal debería ser juzgada en la figura de su responsable político en la persona del presidente José María Aznar. Este asunto se ha convertido en el GAL internacional del PP. Y si siguiéramos la doctrina Bush, no sólo Aznar debería ser juzgado por el Tribunal Penal Internacional, sino todos los diputados del PP, pues no podrían alegar la excusa de la ‘obediencia debida’. La gravedad de los hechos esconde la lección sarcástica que ofrecen los medios de comunicación internacionales: Aznar no aparece en las fotos, a nadie le importa la política de la gaviota. Cuando dé la hora en la que España deba abandonar su asiento en el Consejo de Seguridad se acabará esta ficción de ‘liderato’ en la que nos ha metido ese hombre del bigote, un inspector de hacienda al que le dió un vahído megalómano y puso sus pies sobre la mesa junto a los de todo un presidente de los Estados Unidos de América. La Historia hablará de Aznar como del hombre de perfil mediocre que aspiró a convertirse en estadista, un político que hablaba de ‘hacer política sin complejos’ y logró que España despertará a la sangre y al chapapote, a ese negro y rojo que simboliza nuestra tragedia nacional. Resolución 1441 (2002) aprobada por el Consejo de Seguridad en su 4644a sesión, celebrada el 8 de noviembre de 2002 (Fichero PDF. Texto en español) – Enlace original |
Publicado originalmente en El Mercurio
Última revisión: 20 de abril de 2003